Llevamos cuatro semanas de semáforo naranja en la Ciudad y ya se nota la reapertura económica. Hay más gente en las calles, más tráfico y en zonas como el Centro Histórico, las personas llegaron a desbordar el primer cuadro a pesar del riesgo de contagio de covid.
Los desarrollos inmobiliarios vuelven a hacer de las suyas; reabrieron centros comerciales, tiendas departamentales y restaurantes, a los que hasta se les permite colocar enseres en la vía pública. Pero esta fase de nueva normalidad también tiene otras realidades, que la autoridad ha dejado a su suerte.
Quienes viven desde el abandono esta realidad también son comerciantes, que siguen al pie de la letra las reglas de sanidad y que piden algo tan sencillo como bajar sus sillas. Este es el caso del mercado público 66 en la Ciudad de México.
Este mercado está ubicado a menos de cinco minutos del Zócalo capitalino, sobre la calle de 5 de febrero en la colonia Obrera.
Está en el número 161 y apenas se alcanza a distinguir que es un mercado. No hay el barullo tradicional que dé cuenta de su existencia, sólo un pequeño letrero seguido de otros más donde se pide uso de cubrebocas y de gel antibacterial.
Entramos por curiosidad y lo primero que vimos fue la desolación de un espacio donde los únicos presentes son algunos locatarios taciturnos en espera de clientes.
El mercado público 66 del Pequeño Comercio está dedicado en su mayoría a la venta de comida preparada. Son alrededor de 30 locales con esa actividad y aunque en este semáforo naranja el gobierno de la Ciudad ya permite servir comida en el lugar, a estos comerciantes no.
La Secretaría de Desarrollo Económico les envió un oficio fechado el 6 de julio, donde les hizo saber a los comerciantes de mercados públicos con el giro de comida que venderán solo para llevar.
Esa disposición aplica en toda la Ciudad, pero para este pequeño mercado ha significado el tiro de gracia. Dos locatarios nos platicaron de su situación y aquí dejamos su testimonio: